Encerrado en Lencería. Parte I.

“Encerrado en Lencería” es un poema inspirado en una anécdota ocurrida hace mucho tiempo en la Unidad de Hospitalización de Psiquiatría de un hospital madrileño.

A lo largo de 205 versos se cuenta la experiencia que sufre un enfermero nada más coger el relevo. Para mantener la curiosidad lectora, la he dividido en tres partes bien diferenciadas, tanto por el momento narrativo, como por la métrica de los versos.

En esta “Parte I” se evidencia la similitud y cierto paralelismo con un famoso poema en el que me basé para iniciar la historia. Si alguien sabe de qué poema hablo, puede dejar algún comentario al final de esta primera entrega.


ENCERRADO EN LENCERÍA

PARTE I

 

     Eran las tres menos cuarto,
según reza la leyenda,
cuando en sueño y en silencio
tranquilo la planta envuelta,
los pacientes, en sillones
o en camas, se echan la siesta.
Era la hora en que siempre
el turno saliente cuenta
al personal de la tarde
las posibles incidencias,
el total de sujeciones
que en la unidad quedan puestas
y, siendo fin de semana,
cuántos pacientes hay fuera;
en que el que está de mañana
ansioso al de tarde espera
para marcharse a comer,
quizá a casa de la suegra,
y aprovechar del domingo
el resto de horas que quedan.
     El cielo estaba calmado,
no amenazaba tormenta,
soplaba gélido el viento
y allá abajo, en las aceras,
los ociosos transeúntes,
bajo grises arboledas,
paseaban con sus hijos
o charlaban en pareja.
Unos con rostro sereno,
otros con palabras tiernas.
     Todo en fin en dicha hora
era paz y calma era.
En Psiquiatría, Segunda A,
se esmeraba la enfermera
por acabar el relevo
y contar las buenas nuevas
al eficiente enfermero,
con contrato de suplencias,
que a tal hora ya descrita
hizo acto de presencia.

     Y ya está el protagonista
de nuestra historia en escena.
Con el parte recibido
de su eficaz compañera
se dirige de inmediato
a cambiar sus vestimentas,
pues aún viste de calle
y ha de vestir de faena
(con el “código de barras”,
como dicen en la jerga1).
Con presteza y paso firme
el largo pasillo atraviesa
y al llegar a “Lencería”
abre la primera puerta
y, después de una segunda,
que presuroso franquea,
accede al fin a una estancia
bastante fría y pequeña.
Una vez dentro del cuarto
la puertezuela se cierra
y, para asombro del D.U.E.,
un nada grato “clock” suena,
un “clock” que hiela la sangre
y hasta los tuétanos hiela.
Es el “clock” de los pestillos
cuando una puerta bloquean.
     Nuestro enfermero aguerrido,
presintiendo la tragedia,
agarra el pomo y lo gira
y estupefacto comprueba
que la puerta no se abre,
pues se ha cerrado por fuera.


Parte II 

Notas:

1.- “Código de barras”, así se apoda en determinados centros de la Comunidad de Madrid a las enfermeras y enfermeros, haciendo alusión a la parte superior del uniforme, a rayas finas azul y blancas.

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