El paciente y el telescopio

Enrique es un paciente delgado, de rostro amable, con cabello y barba teñidos de blanco por los años y una voz de esas que te acarician cuando habla. Es el típico paciente que, cuando lo ves, le dices a tu compañera: “tiene cara de ser buena gente”. Y no te equivocarías al pensarlo. 

Enrique también es el típico paciente en el que todo lo que puede salir mal después de una cirugía, lamentablemente, sale mal.

Tuvo que ser reintervenido de urgencia y su proceso de recuperación no terminaba de arrancar. Los profesionales que lo estábamos cuidando veíamos con preocupación el progresivo deterioro de su estado físico. Las secuelas se empezaban a sumar y el panorama resultaba descorazonador.

Aunque también teníamos la esperanza de que Enrique ya hubiera tocado fondo y de que solamente pudiera comenzar a ir hacia arriba en el momento menos pensado. El problema es que ese momento menos pensado no parecía llegar nunca.

Pero, alegremente, al cabo de varias semanas muy duras, el punto de inflexión llegó. La perseverancia, el esfuerzo, la dedicación de todo el equipo, la implicación de su esposa y la energía y fuerza de voluntad del propio paciente lograron lo que en un principio nos había parecido poco menos que imposible.

Enrique volvió a comer, su intestino volvió a funcionar, se le retiró la nutrición parenteral, los dolores se fueron controlando, las heridas fueron evolucionando bien, fue recuperando movilidad y consiguió volver a ponerse en pie y caminar unos pasos en la habitación. Poco a poco, fuimos viendo cómo la cabecera de su cama se iba despoblando de aparatos y bolsas de suero. 

Una mañana de enero, mientras lo curaba, me preguntó si los Reyes Magos se habían portado bien conmigo:

– Sí, me han traído un telescopio nuevo, pero apenas he podido estrenarlo con estas nubes.

– ¡Qué bueno! ¡Un telescopio!. ¿Y de qué tipo es, un Cassegrain o un Newton?.

(“Ojo -me dije-, esa pregunta sólo te la puede hacer alguien que sabe de telescopios”…)

– Pues ha sido un Maksutov-Cassegrain de 127 mm.

– ¡Vaya, ese es un buen tubo, pequeñito pero matón!

El paciente de la cama de al lado nos miraba como si estuviéramos hablando en chino.

Podéis imaginar qué ratito de “cura” echamos esa mañana. Tendríais que ver cómo se le iluminaba la cara mientras hablábamos de astronomía, de astrofotografía, de cámaras planetarias y de cielo profundo… Y cuando le enseñaba mis modestas fotos de nebulosas y Lunas se llevaba las manos a la cabeza y se le dejaba entrever alguna que otra lágrima de emoción.

Me confesó que siempre le había interesado la Astronomía, que tenía muchos conocimientos sobre física, óptica y mecánica, que tenía un taller y una impresora 3D en casa y que, cuando se fuera de alta, iba a trabajar para cumplir un sueño que tenía desde que era joven: fabricarse su propio telescopio Newton y contemplar las estrellas y los planetas.

Y ahí me teníais a mí, en lugar de indicándole pautas para curarse en casa, recomendándole telescopios y monturas de iniciación y páginas de tiendas de astronomía para poder adquirir espejos primarios y secundarios para “su Newton”.

Desde aquella mañana, nuestro rato de la cura se convirtió, además, en una enriquecedora sesión de charla sobre astronomía. 

Hay ocasiones en las que la vida te da una segunda oportunidad. Este ha sido el caso de este paciente. Después de todo lo sufrido, después de haber estado al borde de la muerte, después de toda la atención y cuidados recibidos, después de todas las horas y horas de curas, del esfuerzo del paciente y de su mujer; después de todo, y al final de todo, Enrique se ha marchado a casa a trabajar en la construcción de su telescopio; a pasar el resto de su vida contemplando esas estrellas y esos planetas que de joven no pudo mirar.

Una versión revisada de “Space Oddity” de David Bowie, grabada por el comandante Chris Hadfield a bordo de la Estación Espacial Internacional.

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