Ayer fue uno de esos turnos en los que te pasas la tarde cargando, administrando y retirando medicación intravenosa; en los que apenas has retirado una tanda y ya tienes que poner la otra; en los que agarras el carro a las 15:15 y lo sueltas a las 20:30.
¿Dónde queda el CUIDADO?
El cuidado queda en ese par de minutos que dedicas a cada enfermo mientras le pones el antibiótico o el analgésico; en el “buenas tardes, ¿cómo está hoy?”; en esa mirada de reojo mientras salinizas la vía buscando gestos de dolor; en esa sonrisa, en ese “hasta luego”…
El cuidado queda en que el enfermo perciba nuestra PRESENCIA y que sienta, por muy liado que tengamos el turno, que hemos detenido el tiempo al entrar en su habitación, y que el dolor, el sangrado, la fiebre o la disnea no tienen cabida en nuestro turno.
Y lo consigues. Mantienes el padecimiento de tus enfermos a raya y los oyes desde el pasillo alegrarse porque eres su enfermero esta tarde y porque, además, vas a serlo también esta noche.
Y cualquier atisbo de desesperanza por haberte sentido durante unos instantes un “mero administrador de medicación” se diluye y se torna en motivación para seguir tirando del carro por el pasillo…