ENCERRADO EN LENCERÍA
PARTE III
Volviendo en sí del delirio,
con cierto apuro recuerda
que su teléfono móvil
guardado en el bolso lleva.
Y mientras lo va sacando
su corazón se acelera:
<<¡Ahora sólo faltaría
que cobertura no hubiera!>>
Y escudriña la pantalla
para ver lo que le muestra
y da un profundo suspiro
cuando aliviado comprueba
que, aun estando allí metido,
la cobertura es muy buena.
Así pues, móvil en mano,
va presionando las teclas
y, una vez que ha marcado,
aproxima hacia su oreja
el artilugio que puede
sacarle de la caverna.
Ya van sonando los tonos
y desde lejos le llega
el quejido de un teléfono
que en el control se lamenta.
De pronto, se hace el silencio,
parece que alguien descuelga
y se oye una voz amable
que al otro lado contesta.
Tras breves explicaciones
el enfermero comenta
que está al fondo del pasillo,
¡que, por favor, alguien venga!
Dicho y hecho, al momento
en la distancia resuena
el caminar de unos pasos
que con premura se acercan.
Y en un suspiro de tiempo,
unos segundos apenas,
el enfermero ya es libre
¡se terminó su condena!
Sonriendo da las gracias
a su buena compañera
y se encamina, sin pausa,
a comenzar su tarea,
pues su brevísimo encierro
en el pasado atrás queda.
Desde entonces, por si alguno
de la hazaña no se acuerda,
hay una placa homenaje
rememorando la gesta:
<< Quede siempre en la memoria
y en los libros de incidencias
la extraordinaria vivencia
a la que aquí damos gloria.
Es circunstancia notoria
en toda la Psiquiatría
que en aquel gracioso día
del diecinueve de enero
se quedó un noble enfermero
“Encerrado en lencería” >>
Y aquí termina esta historia
que, como toda leyenda,
tiene fragmentos ficticios
y estrofas que son bien ciertas.
Pero no voy a decir
qué partes son verdaderas,
dejo al lector que adivine
cuáles son cada una de ellas…
FIN
29 de enero de 2003