Lola había tenido que reingresar pocos días después de su alta a casa. La herida quirúrgica de su abdomen había acabado en dehiscencia y necesitaba volver a pasar por quirófano para quitarle todo el tejido desvitalizado.
Llevaba más de una semana esperando un hueco en el parte quirúrgico. La operación de hace dos días se había suspendido por un episodio repentino de vómitos y náuseas que, afortunadamente, ya estaba resuelto.
Aquella mañana le tocaba cura. Levanté el apósito ante su mirada seria e interrogante:
-¿Cómo está eso, Salva?
*Bueno… -incliné la cabeza y la mascarilla no le dejó ver mi gesto torcido.
-Pinta mal, ¿verdad?
*Está fea, sí.
Sus ojos empezaron a inundarse de lágrimas.
-¿Cuánto crees que va a tardar en cicatrizar?
*Pues depende de lo efectiva que sea la limpieza en quirófano y de cómo evolucione después, Lola. Pero podríamos estar hablando de semanas.
-No tengo tanto tiempo…
Empezó a llorar.
Intuí que había algo más y aguardé. Le ofrecí mi mano desnuda de guantes y la agarró con fuerza. Cuando al fin consiguió hablar, me confesó:
-Mi marido tiene un cáncer en fase terminal. Al principio le dieron pocos meses de vida, pero ya lleva año y medio y cada vez siento más cerca el final. Cada día de más que estoy aquí ingresada es un día de menos que estoy con él. El otro día vino a su cita con la Oncóloga y subió a visitarme. No quiero que venga mucho por aquí, no vaya a pillar lo que no tiene…
*Vaya, no tenía ni idea, Lola. Lo siento…
-Me gustaría poder pasar más tiempo con él, no para hacer nada en especial… Un paseo por la playa, tomar un café en la terraza, mirar la Luna…
La Luna… ¡Ay, la Luna!
Ahí se encendió algo en mi cabeza y decidí enseñarle a Lola algunas de mis fotos de la Luna, del Sol, de los planetas… Las miró sorprendida y sonrió.
-¿Sabes que mañana hay un eclipse de Luna? -me comentó con cierta complicidad.
-Claro, ya tengo todo el equipo puesto a punto -le contesté mientras le guiñaba un ojo.
Me despedí de ella hasta un rato más tarde y salí de la intimidad de su habitación para volver al ajetreo y a la vorágine del pasillo de la planta a mediodía.
Y acabó el turno. La noche nos regaló una espléndida Luna llena y las nubes, finalmente, permitieron disfrutar del eclipse.
El nuevo día trajo un nuevo turno de trabajo, esta vez por la tarde. Nada más entrar en la habitación de Lola, me preguntó:
– ¿Pudiste ver el eclipse?
*Sí, mira, esto es una foto de la pantalla de mi cámara esta mañana.

El rostro de Lola se iluminó al ver la imagen que le enseñé en mi móvil.
-¡Qué maravilla! ¡Y qué suerte tienes de haber podido disfrutarlo!
Y en ese instante, esta afición mía de coleccionar estrellas y fotos de la Luna cobró un nuevo sentido. Mirar el cielo durante el confinamiento se había convertido para mí en una vía de escape, una forma de desconectar de todo lo que estaba viviendo a diario en planta Covid en plena primera ola. ¿Podrían quizás “mis Lunas”, además de cuidarme a mí mismo, ayudarme a cuidar a mis pacientes?

P.D. I: Para preservar la intimidad de la paciente, he cambiado su nombre y algunos pequeños detalles de su proceso y de la conversación que mantuvimos.
P.D. II: En la imagen encima de estas líneas está enlazado mi álbum de Flickr donde guardo editadas las fotografías que hice el día del eclipse.